lunes, 10 de agosto de 2015

Su piel era mi lienzo, un folio en blanco. Dispuesta a que haga arte de ella, musa y poema en uno. Vicio y lujuria, las ganas acumuladas, el morbo de lo mil veces imaginado. La miraba y no dejaba de desearla, su cuello le gritaba a mis labios, mis manos y sus piernas combinaban demasiado bien. Era especial, era suya, yo me conformaba con que se compartiera conmigo, con una noche en ella, con un beso a destiempo que rompiera lo entero y recompusiera lo roto. Nuestra ropa y nosotros. Olvidando todo por una noche, hasta nuestros nombres. Saber tan solo que tú eres tú, que yo soy yo, que en ti mis dedos dibujarian los atardereces que pierdo mirandote.

Digno de vivirse, y sobretodo de recordarse. Aunque fuera una tragedia griega, dejando huella, admirada con el tiempo. Nuestra propia epopeya. Un roce y ardió Troya. Se corrió y adiós Pompeya.